LOS MISTERIOS DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
Samael Aun Weor
Voy hablar hoy sobre los misterios de la vida y de la
muerte, es este el objetivo claro de esta plática. Vamos hacer una plena
diferenciación entre lo que es la Ley del Eterno Retorno de todas las cosas, la
Ley de la Trasmigración de las Almas, la Ley de Reencarnación, etc.
Ha llegado el momento de desglosar ampliamente todas
estas cosas, a fin de que los estudiantes se mantengan bien informados. Es
obvio que lo primero que uno necesita saber en la vida es de donde viene, para
donde va y cual es el objeto de la existencia; para que existimos, por que
existimos, etc., etc., etc.
Incuestionablemente, si queremos nosotros saber algo
sobre el destino que nos aguarda, sobre lo que es la vida en sí, es
indispensable, primero que todo, saber que es lo que somos; eso es urgente,
inaplazable, impostergable.
El cuerpo físico en sí mismo no es todo. Un cuerpo está
formado por órganos, cada órgano está compuesto por células, a su vez cada
célula esta compuesta por moléculas e cada molécula por átomos. Si fraccionamos
cualquier átomo, liberamos energía. Los átomos en sí mismos se componen de
iones, que giran alrededor de los electrones, de protones, de neutrones, etc.,
etc., etc. Todo eso lo sabe la física nuclear. En última instancia, el cuerpo
físico se resume en distintos tipos y subtipos de energía, y eso es
interesantísimo.
El mismo pensamiento humano es energía. Del neo-palial en
el cerebro salen determinadas ondas que pueden ser sabiamente registradas.
Sabemos que los científicos miden las ondas mentales con aparatos muy finos, se
las catalogan en forma de micro voltios.
Así pues, en última instancia, nuestro organismo se
resume en diversos tipos y subtipos de energía. La llamada materia no es más
que energía condensada. Por eso dijo Einstein : E = m.c2 (energía es igual a
masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado); también afirmó en
forma enfática que la masa se transforma en energía y la energía se transforma
en masa. Así, en última síntesis, la llamada materia no es más que energía
condensada.
El cuerpo físico tiene un fondo vital orgánico. Quiero
referirme en forma enfática al Lingan-Sharira de los Teósofos, la condensación
bio-termo-electromagnética. Cada átomo del cuerpo vital penetra dentro de cada
átomo del cuerpo físico y lo hace vibrar y centellear. El doble vital o cuerpo
vital es realmente una especie de doble orgánico.
Si por ejemplo un brazo de ese doble vital se sale del
brazo físico, sentimos que la mano se nos «duerme», que el brazo se nos
«duerme». Pero al volver ese brazo vital a entrar en el brazo físico, al
penetrar cada átomo del cuerpo vital dentro de cada átomo del cuerpo físico, se
produce una vibración, como la que se siente cuando se le «duerme» un brazo y
quiere «despertarlo» - una especie de «hormiguero».
Si se le sacara definitivamente el cuerpo vital a una
persona física y no se le volviese a traer, moriría la persona física.
Así que resulta interesante esto del cuerpo vital. Sin
embargo, tal cuerpo no es más que la sección superior del cuerpo físico, es,
dijéramos, la parte tetradimensional del cuerpo físico. Los Vedantinos
consideran al cuerpo vital y al físico como un todo, como una unidad.
Un poco mas allá de este cuerpo físico, con su asiento
vital orgánico, tenemos nosotros al Ego. El Ego es una suma de diversos
elementos inhumanos que en nuestro interior cargamos. Es obvio que a tales
elementos los denominamos ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza,
gula, etc., etc., etc.
Son tantos nuestros defectos, que aunque tuviéramos mil
lenguas para hablar y un paladar de acero, no acabaríamos de enumerarlos a
todos cabalmente.
Así pues que el Ego no es más que eso. Hay gentes que
entronizan al Ego en el corazón, que le hacen un altar y le adoran... Son
equivocados sinceros que suponen que el Ego en sí mismo es divinal, y en esto
están perfectamente equivocados. Hay quienes dividen al Yo en dos, Yo Superior
y Yo Inferior; y quieren que el Yo Superior controle al Yo Inferior. No quieren
darse cabal cuenta tales personas de que sección superior y sección inferior de
una misma cosa, pues son la misma cosa.
El Yo en sí mismo es tiempo, el Yo en sí mismo es un
libro de muchos tomos. En el Yo están todas nuestras aberraciones, todos
nuestros defectos, aquello que hace de nosotros verdaderos animales intelectuales
en el sentido más completo de la palabra.
Algunos dicen que el Alter Ego es divino, y lo adoran. Es
otra forma pues de buscar escapatorias para salvar al Yo, para minimizarlo. El
Yo es el Yo, y eso es todo.
La muerte en sí misma, realmente, es una resta de
quebrados. Terminada la operación matemática, lo único que continúa son los
valores. Estos valores son positivos y negativos también. Los hay buenos y
malos. La eternidad se los traga, los devora. En la luz astral los valores se
atraen y repelen de acuerdo con las leyes de imantación universal.
Los valores son los mismos elementos inhumanos que
constituyen el Ego. Estos elementos a veces chocan entre sí, o simplemente se
atraen o repelen.
La muerte es el regreso al punto original de partida. Un
hombre es lo que es su vida; si un hombre no trabaja su propia vida, si no
trata de modificarla, está perdiendo el tiempo miserablemente. Un hombre no es
más que esto, lo que es su vida. Nosotros debemos trabajar nuestra propia vida,
para hacer de ella una obra maestra.
La vida es como una película; cuando termina la película,
nos la llevamos para la eternidad. En la eternidad, revivimos nuestra propia
vida que acaba de pasar. Durante los primeros días el desencarnado, el difunto,
suele ir a la casa donde murió, y hasta habita en ella. Si murió por ejemplo a
los ochenta años, seguirá viendo sus nietos, sentándose a la mesa, etc. Es
decir, el Ego está perfectamente convencido de que aún esta vivo y no hay nada
en la vida que logre convencerlo de lo contrario.
Para el Ego, nada ha cambiado, desgraciadamente. Él ve la
vida como siempre. Sentado por ejemplo ante la mesa del comedor, pedirá sus
alimentos acostumbrados. Obviamente, no lo verán sus dolientes, pero en el
subconsciente si, responderán. En su subconsciente, pondrán a la mesa los
indicados alimentos.
Es obvio que no van a poner alimentos físicos, eso seria
imposible, pero sí pondrán formas mentales, muy similares a los alimentos que
el difunto acostumbraba a consumir.
El desencarnado puede ver un velorio, pero jamás
supondría que ese velorio tenga algo que ver con él. Piensa que el velorio
corresponde a alguien que murió, a otra persona, más nunca creería que
correspondería a él. Él se siente tan vivo, que ni remotamente sospecha su
defunción.
Sale a la calle y verá las calles tan absolutamente
iguales, que nada podría hacerlo pensar que ha sucedido algo. Si va a una
iglesia, verá allí el cura diciendo misa, asistirá al rito y muy tranquilo
saldrá de la iglesia perfectamente convencido de que está vivo. Nada podría
hacerlo pensar que está muerto. Aún más, si alguien le hiciese tamaña
afirmación, él sonreiría escéptico, incrédulo, no aceptaría la afirmación que
se le hiciese.
El difunto tiene que revivir en el mundo astral toda la
existencia que acaba de pasar. Pero la revive de una forma muy natural y a
través del tiempo. El difunto, identificado con la misma, en la verdad saborea
cada una de las edades de la vida que terminó.
Si era de ochenta años, por ejemplo, por algún tiempo
seguirá acariciando sus nietos, sentándose a la mesa, acostándose en su
consabida cama, etc. Pero a medida en que va pasando el tiempo, él va
adaptándose a otras circunstancias de su propia existencia. Pronto se verá
viviendo a la edad de los 79 años, de los 77, 60, etc. Y si vivió en otra casa
a la edad de 60 años, se verá viviendo en aquella otra casa, y dirá lo mismo
que dijo, y hasta asumirá el mismo aspecto psicológico que tenía a los 60 años.
Y si a los 50 años vivió en otra ciudad, pues allí se verá, reviviendo en esa
otra casa y así sucesivamente al tiempo que su aspecto psicológico, su
fisionomía, va transformándose de acuerdo con la edad que tenga que revivir.
A la edad de 20 años, tendrá exactamente la misma
fisionomía que tuvo cuando era de 20 años, y a la edad de 10 años se verá hecho
un niño... Y cuando llegue el instante pues en que haya terminado de revisar su
existencia pasada, su vida toda quedará reducida a sumas y restas de
operaciones matemáticas. Eso es muy útil para la Conciencia.
En estas condiciones el difunto tendrá prácticamente que
presentarse ante los tribunales de la Justicia Objetiva, o de la Justicia
Celestial. Tales tribunales son perfectamente distintos a los de la justicia
subjetiva o terrenal. En los tribunales de la Justicia Objetiva solo reina de
verdad la ley y la misericordia, porque es obvio que al lado de la justicia
siempre está la misericordia.
Tres caminos se abren ante el difunto:
• Unas vacaciones en los mundos superiores para gentes
que lo merecen.
• Retornar en forma mediata o inmediata a una nueva
matriz.
• Descender a los mundos infiernos hasta la Muerte
Segunda de que habla el Apocalipsis de San Juan y el Evangelio del Cristo.
Obviamente, quienes logran el ascenso a los mundos
superiores, pasan por una temporada de gran felicidad.
Normalmente el Alma, o Conciencia, se encuentra
embotellada entre el Yo de la psicología experimental, entre el Ego que, como
ya dije a ustedes, es una suma de diversos elementos inhumanos. Mas sucede que
aquellos que suben a los mundos superiores, abandonan al Ego temporalmente. En
esos casos el Alma, o Conciencia, o Esencia, o como queramos llamarla, sale de
ese calabozo horrible que es el Ego, el Yo, para ascender al famoso Devachan de
que nos hablaron los indostanes; una región de felicidad inefable, en el mundo
de la mente superior del Universo. Allí se goza de una auténtica felicidad.
Allí se encuentran los desencarnados con sus familiares que abandonaron en el
tiempo. Encuéntranse con lo que es, dijéramos, el alma de ellos.
Posteriormente, la Conciencia, o Esencia, o Alma,
abandona también el mundo de la mente, para entrar en el mundo de las causas
naturales. El Mundo Causal es grandioso, maravilloso. En el Mundo Causal
resuenan todas las armonías del Universo; allí se siente en verdad las melodías
del Infinito. Sucede que en cada planeta hay múltiples sonidos, pero todos
ellos entre sí sumados dan una nota síntesis, que es la nota clave del planeta.
El conjunto de notas clave de cada mundo resuena maravillosamente en el coral
inmenso del espacio estrellado. Esto produce un goce inefable en la Conciencia
de todos aquellos que disfrutan la dicha en el Mundo Causal.
También encontramos en el mundo de las causas naturales a
los Señores de La Ley, que castigan o premian a los pueblos y a los hombres.
Encontramos, en el mundo de las causas naturales, a los verdaderos Hombres, a
los Hombres Causales; allí los hallamos, trabajando por la Humanidad.
Encontramos en el mundo de las causas naturales a los
Principados, los príncipes de los elementos, del fuego, del aire, de las aguas
y de la tierra.
La vida palpita intensivamente en el mundo de las causas
naturales, el Mundo Causal es precioso. Un azul profundo, intenso, como el de
una noche llena de estrellas, iluminada por la luna, resplandece siempre en el
mundo de las causas naturales. No quiero decir que no hayan otros colores, sí
los hay, pero el color básico fundamental es el azul intenso, profundo, de una
noche luminosa, estrellada.
Quienes viven en esa región, son felices en el sentido
más trascendental de la palabra. Pero todo premio a la larga se agota,
cualquier recompensa tiene un límite, y llega el instante que el Alma que ha
entrado al Mundo Causal debe retornar, regresar, e descenderá lamentablemente
para meterse nuevamente dentro del Ego, dentro del Yo de la psicología
experimental.
Posteriormente esta clase de Almas vienen a impregnar el
huevo fecundado, para formar un nuevo cuerpo físico, se reincorporan en un
nuevo cuerpo físico, vuelven al mundo.
Otro es el camino que aguarda a los que descienden a los
mundos infiernos. Se trata de gentes que ya cumplieron su tiempo, su ciclo de
manifestaciones, o que fueron demasiado perversas. Tales gentes involucionan
indubitablemente, dentro de las entrañas de la tierra.
El Dante Allíghieri nos habla, en su Divina Comedia, de
los nueve círculos dantescos; y él ve esos nueve círculos dentro del interior
de la tierra.
Nuestros antepasados de Anahuac, en la gran Tenochtitlán,
hablan claramente del Mictlán, la región infernal, que ellos también ubican en
el interior mismo de nuestro globo terrestre. A diferencia pues de algunas
otras sectas o religiones, para nuestros antepasados de Anahuac, como hemos
visto en sus códices, el paso por el Mictlán es obligatorio, y lo consideran
sencillamente como un mundo de probación, donde las almas son probadas. Y si
logran pasar por los nueve círculos, incuestionablemente ingresarán al Edén, o
sea, al paraíso terrenal.
Para los Sufis mahometanos, el Infierno no es tampoco un
lugar de castigo, sino de instrucción para la Conciencia, y de purificación..
Para el Cristianismo, en todos los rincones del mundo, el Infierno es un lugar
de castigo y de penas eternas. Sin embargo, el círculo secreto del cristianismo,
la parte oculta de la religión cristiana, es diferente.
En la parte oculta de cualquier movimiento cristiano, en
la parte íntima o secreta, se encuentra la Gnosis. El Gnosticismo Universal ve
el Infierno no como un lugar de penas eternas y sin fin, sino como un lugar de
expiación, de purificación y de ilustración a su vez, para la Conciencia.
Obviamente, tiene que haber dolor en los mundos
infiernos, puesto que la vida es terriblemente densa dentro del interior de la
tierra, sobre todo en el noveno círculo, donde está este núcleo concreto de una
materia terriblemente dura; allí se sufre lo indecible... En todo caso, quienes
ingresan en la involución sumergida del reino mineral, tarde o temprano deben
pasar por eso que se llama, en el Evangelio Cristico, la Muerte Segunda.
No hemos pensado jamás, en el Gnosticismo Universal, al
estudiar esa cuestión del Infierno Dantesco, en que no tenga un limite el
castigo. Consideramos que Dios, siendo eternamente justo, no podría cobrarle a
nadie más de lo que debe, pues toda culpa, por grave que sea, tiene un precio
y, pagado su precio, nos parecería absurdo seguir pagando. Aquí mismo, en
nuestra justicia terrenal, siendo una justicia perfectamente subjetiva, vemos
que si un preso entra en la cárcel, por tal o cual delito, una vez que pagó su
delito, se le da la boleta de libertad. Ni las mismas autoridades terrenales
aceptarían que un preso continuara en la cárcel después de haber pagado su
delito. Se ha dado casos de presos que se acomodan tanto en la prisión, que
llegado el día de su salida, no han querido salir. Entonces ha habido que
sacarlos a la fuerza.
Así que toda falta, por muy grave que sea, tiene un
precio. Si los jueces terrenales saben esto, cuanto más no lo sabría la
justicia divinal. Por muy grave que tenga sido el delito o los delitos que
alguien haya cometido, pues tiene su precio. Si no fuera así, Dios seria
entonces un gran tirano, y bien sabemos nosotros que al lado de la Justicia
Divina nunca falta la Misericordia. No podríamos en modo alguno pues cualificar
a Dios como tirano, tal proceder seria equivalente a blasfemar, y a nosotros,
francamente, no nos gusta la blasfemia.
La Muerte Segunda es pues el limite del castigo, en el
infierno dantesco. Que este Infierno se le llame Tartarus en Grecia, o Averno
en Roma, o el Avitchi en el Indostán, o el Mictlán, en la antigua Tenochtitlán,
importa poco. Cada país, cada religión, cada cultura, ha sabido de la
existencia del Infierno, y le ha calificado siempre con algún nombre.
Para los antiguos habitantes de la gran Hesperia, como
vemos nosotros al leer la divina Eneida de Virgilio, el poeta de Mantua, el
Infierno es la morada de Plutón, la región cavernosa donde Eneas el troyano,
encontrara a Dido, aquella reina que se mató por amor, enamorada del mismo,
después de haber jurado lealtad a las cenizas de Siqueo.
La Muerte Segunda en sí misma, suele ser muy dolorosa. El
Ego siente que se vuelve pedazos, se caen sus brazos y piernas, sufre un
desmayo tremendo. Momentos después, la Esencia, o lo que hay de alma metida
dentro del Ego, queda libre, ya que el Ego se reduce a polvareda cósmica...
Emancipada la Esencia, asume una hermosísima figura
infantil llena de radiante belleza; este es el instante solemne en que los
Devas de la naturaleza examinan la Esencia liberada.
Después de haber ellos comprobado hasta la saciedad de
que ya no posee ningún elemento subjetivo, infrahumano, le conceden boleta de
libertad; otorgan al alma la dicha de la liberación.
Instantes felices son aquellos en que el alma del
fallecido penetra por ciertas puertas atómicas que le permiten de inmediato la
salida a la luz del sol. Entonces la Esencia ya libre, convertida en elemental
de la naturaleza, reinicia una nueva evolución.
Elementales de la Naturaleza, los hay de varias clases.
Como autoridades en esta materia, tenemos a Franz Hartmann (es bastante
interesante su libro «Los Elementales»), tenemos a Paracelso, el gran médico,
Felipe Teophrastus Bombastus de Honnenheim, Aureola Paracelso. En todo caso,
los elementales son las conciencias de los elementos, porque bien sabemos que
los elementos fuego, aire, agua y tierra, no son algo meramente físico como
suponen los ignorantes ilustrados, sino más bien, dijéramos, un vehículo de
conciencias sencillas, simples, primigenias, en el sentido más transcendental
de la palabra. Así que los elementales son los principios conscientivos de los
elementos, en el sentido transcendental o esencial de la palabra, y eso es
todo. Ahora bien, continuemos con nuestra explicación.
Obviamente, quienes han pasado por la Muerte Segunda,
salen a la superficie del mundo, reinician nuevos procesos evolutivos, que
indubitablemente habrán de empezar por el mineral, la piedra, proseguirán por
lo vegetal, continuarán con el animal y por último tendrán acceso a la vida
humana, o sea, se reconquistará el estado de humano, o humanóide, que otrora se
perdiera.
Resulta interesantísimo ver a eses gnomos o pigmeos entre
las rocas, parecen pequeños enanitos, con sus grandes ojos y su luenga barba
blanca. Obviamente, eso que nosotros decimos, dicho en pleno siglo XX, resulta
bastante extraño... Porque la gente se ha vuelto ahora tan complicada, la mente
se ha desviado tanto de las sencillas verdades de la Naturaleza, que
difícilmente puede aceptar de buena gana estas cosas. Más bien ese tipo de
conocimiento lo aceptan las gentes simples y sencillas, aquellos que no tienen
complicaciones tantas en el intelecto.
En todo caso, quiero decirles que los elementales
minerales, cuando ingresan en la evolución vegetal, se hacen interesantísimos.
Cada planta es el cuerpo físico de un elemental vegetal. Esos elementales de
las plantas tienen conciencia, son inteligentes, y hay grandes esoteristas que
saben manejarlos o manipularlos a voluntad. Resultan bellísimos. Quienes los
conocen, pueden por medio de ellos actuar sobre los elementos de la Naturaleza.
Un poco más allá de los elementales vegetales, tenemos a
los elementales del reino animal. Indubitablemente, solo los elementales
vegetales avanzados tienen derecho a ingresar en organismos animales. Se
comienza la evolución en el reino animal por organismos simples, sencillos,
pero a medida en que se va evolucionando, se va también complicando la vida, y
llega el instante en que el elemental animal puede tomar cuerpos orgánicos muy
complejos. Posteriormente, se reconquista el estado humano que otrora se
perdiera.
Al llegar a este estadio, se le asigna a los elementales,
a la Esencia, a la Conciencia, o Alma, o como ustedes quieran definir, ciento y
ocho vidas nuevamente, para su Auto-realización íntima. Si durante las nuevas
108 vidas no se consigue la Auto-realización íntima del Ser, prosigue la rueda
de la vida girando... Entonces se desciende nuevamente entre las entrañas del reino
mineral, con el propósito de eliminar de la Esencia los elementos indeseables
que de una u otra forma se adhirieron a la psiquis. Y se repite el mismo
proceso... Conclusión: la rueda gira 3000 veces.
Si en 3000 ciclos de 108 vidas cada uno, no se auto-realizan
las Esencias, toda puerta se cierra, y la Esencia misma, convertida simplemente
en un elemental inocente, se sumerge entre el seno de la Gran Realidad, es
decir, entre el gran Alaya del Universo, entre el Espíritu Universal de vida o
Parabrahatman, como le denominan los indostanes, la Gran Realidad.
Esta es la vida pues de los que descienden al interior de
la tierra después de la muerte. Vemos pues que después de la desencarnación,
unos suben a los mundos superiores para unas vacaciones, otros descienden entre
las entrañas de la tierra, hay otros que retornan en forma mediata o inmediata,
se reincorporan, vuelven para repetir su existencia aquí en este mundo.
Mientras uno tenga que retornar o regresar, tiene que
repetir su propia vida. Ya vimos que la muerte es el regreso al punto de
partida original. Ya les expliqué también que, después de la muerte, en la
eternidad, en la luz astral, tenemos que revivir la vida que acaba de pasar;
ahora les diré que al volver, al retornar, al regresar, tenemos que repetir
nuevamente, sobre el tapete de la existencia, toda nuestra misma vida.
En el primer caso, mencioné únicamente la Ley de la
Transmigración de las Almas; que aquellos que cumplían el ciclo de 108
existencias, que les tocaba descender entre las entrañas del mundo y
posteriormente, muerto el Ego, volverían a evolucionar desde el mineral hasta
el hombre. Esta es la Doctrina de la Trasmigración.
Ahora estoy hablando de la Doctrina del Eterno Retorno de
todas las cosas, junto con esa otra ley, la Ley de Recurrencia. Si uno, en vez
de descender entre las entrañas del mundo, retorna en forma mediata o inmediata
aquí al mundo, es obvio que tendrá que repetir, sobre el tapete de la
existencia, su misma vida, la vida que finalizó.
Ustedes me dirán que eso es demasiado aburridor, todos
estamos aquí repitiendo lo que hicimos en la pasada existencia, en el pasado
retorno. Sí, es tremendamente aburridor, pero los culpables somos nosotros
mismos porque, como ya les he dicho, un hombre es lo que es su vida. Si nosotros
no modificamos la vida, tendremos que estar repitiéndola incesantemente.
Desencarnamos y volvemos a tomar cuerpo. ¿Para qué? Para
repetir lo mismo. Y volvemos a desencarnar y a tomar cuerpo, para repetir lo
mismo, hasta que llega el día en que tenemos que ir con nuestra «música» a otra
parte. Tendremos que descender entre las entrañas del mundo, hasta la Muerte
Segunda.
Pero uno puede evitar esta repetición. Tal repetición es
lo que se conoce como la Ley de Recurrencia, todo vuelve a ocurrir tal como
sucedió. Pero ¿por qué?, dirán ustedes, ¿por que tiene que repetirse lo mismo?
Bueno, esto merece una explicación.
Ante todo, quiero que sepan que el Yo no es algo
autónomo, auto-consciente o individual; ciertamente, el Yo es una suma de
«yoes», en plural. La psicología común y corriente, la psicología oficial,
piensa en el Yo como una totalidad. Nosotros pensamos en el Yo como una suma de
yoes. Porque uno es el yo de la ira, otro es el yo de la codicia, otro es el yo
de la lujuria, otro es el yo de la envidia, otro es el yo de la pereza, otro es
el yo de la gula; son distintos yoes, no hay un solo Yo, sino varios yoes dentro
de nuestro organismo.
Es obvio que la pluralidad del Yo sirve de fundamento
pues a la Doctrina de los Muchos, tal como es enseñada en el Tíbet Oriental. En
apoyo de la Doctrina de los Muchos está el Gran Kabir Jesús. Dicen que El sacó
del cuerpo de María Magdalena siete demonios, no hay duda de que se trata de
los siete pecados capitales: ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza,
gula. Cada uno de esos siete es cabeza de legión y, como ya les dice, aunque
tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos a
enumerar todos nuestros defectos cabalmente.
Cada defecto es un yo en sí mismo. Así tenemos a muchos
yoes-defectos. Si calificamos a tales yoes-defectos de demonios, pues no
estaremos equivocados. En el Evangelio Crístico, se le pregunta a poseso por su
nombre verdadero y el contesta: «soy legión, mi verdadero nombre es legión».
Así, cada uno de nosotros en el fondo es legión, y cada
yo-demonio de la legión quiere controlar el cerebro, quiere controlar los siete
centros principales de la máquina orgánica, quiere descollar, subir, llegar al
tope de la escalera, hacerse sentir, etc.
Cada yo-demonio es como una persona dentro de nuestro
cuerpo. Si decimos que dentro de nuestra personalidad viven muchas personas, no
estamos equivocados; en verdad, así es.
Así que la repetición mecánica de los diversos eventos de
nuestra pasada existencia, se debe ciertamente a la multiplicidad del Yo.
Vamos a situar casos concretos. Supongamos que en la
pasada existencia, a la edad de 30 años, nos peleamos con otro sujeto en la
cantina, caso común de la vida. Obviamente, el yo-defecto de la ira fue el
personaje principal de la escena. Después de la muerte, este yo-defecto
continúa en la eternidad, y en la nueva existencia ese yo-defecto permanece en
el fondo de nuestra subconciencia, aguardando que llegue la edad de los 30 años
para volver a una cantina; en su interior hay resentimiento, y desea
encontrarse al sujeto de aquel evento. A su vez, el otro sujeto que tomó parte
de aquel trágico evento cantinero, también tiene su yo, el yo que quiere
vengarse, que permanece en el fondo de la subconsciencia, aguardando el momento
de entrar en actividad.
Conclusión, al llegar a la edad de los 30 años, el
sujeto, o mejor dicho, el yo del sujeto, el yo-ira, el yo que tomó parte de
aquel evento trágico, metido en el subconsciente dice: «tengo que encontrarme
con aquel»; a su vez, el dice: «tengo que encontrarme con ese»... Y
telepáticamente se hablan y se ponen de acuerdo, y al fin se dan
telepáticamente cita en alguna cantina. Se encuentran físicamente,
personalmente, en la nueva existencia y repiten la escena, tal como sucedió en
la pasada existencia.
Todo esto se hace a espaldas de nuestro intelecto, por
debajo de nuestro razonamiento. Sencillamente, hemos sido arrastrados a una
tragedia, hemos sido llevados inconscientemente a repetir lo mismo.
Ahora, tengamos el caso de que alguien, a la edad de los
30 años en su pasada existencia, tuvo una aventura amorosa, un hombre que tuvo
una aventura con una dama. El “Yo” aquel de la aventura continua vivo después
de la aventura, y después de la muerte continua vivo en la eternidad. Al
regresar, al reincorporarnos en un nuevo organismo, aquel yo de la aventura
sigue vivo, aguarda en el fondo del subconsciente, en los repliegues más bien
inconscientes de la vida, de la psiquis, el momento de entrar en nueva
actividad.
Al llegar a la edad de la aventura pasada, es decir, a
los 30 años, dice: «Bueno, este es mi momento. Ahora voy a salir a buscar la
dama de mis ensueños...». A su vez, el yo de la dama de sus ensueños, el yo de
la aventura, dice lo mismo: «este es mi instante, voy a buscar aquel
caballero...» Y, por debajo de la conciencia, los dos yoes arreglan la cita
telepáticamente e arrastran cada uno la personalidad; todo eso a espaldas de
nuestra inteligencia, a espaldas del ministerio de la intelectualidad. Viene el
encuentro y se repite la aventura.
Así que nosotros, en verdad, aunque parezca increíble, no
hacemos nada, todo nos sucede, como cuando llueve, como cuando truena.
Un pleito que uno haya tenido en su pasada existencia por
bienes terrenales, una casa por ejemplo; el yo de aquel pleito después de la
muerte sigue vivo, y en la nueva existencia sigue vivo, escondido entre los
repliegues de la mente, aguardando el instante de entrar en actividad. Si el
pleito fuera a la edad de 50 años, el aguarda que llegue a los 50 años y dice:
«llegó mi momento». Seguro que el otro con quien tuvo el pleito también dice lo
mismo, en este mismo instante, y se reencuentran para otro pleito y se repite
la escena.
Entonces nosotros ni siquiera tenemos un libre albedrío,
todo nos sucede, repito, como cuando llueve o como cuando truena. Hay un
pequeño margen de libre albedrío, muy poco. Imaginen ustedes, por un momento,
un violín metido dentro de un estuche; hay un margen mínimo para ese violín.
Así también es nuestro libre albedrío, casi nulo. Lo que hay es un pequeño
margen, casi imperceptible, que se lo sabemos aprovechar, puede suceder que
entonces nos transformemos radicalmente y nos liberemos de la Ley de Recurrencia.
Hay que saberlo aprovechar. ¿Como? Pues en la vida
práctica tenemos nosotros que volvernos un poquito más auto observadores.
Cuando uno acepta que tiene una psicología propia, comienza a observarse a sí
mismo, y cuando alguien comienza observarse a sí mismo, comienza también a
volverse diferente a todo el mundo. Es en la calle, es en la casa, es en el
trabajo, donde nuestros defectos, esos defectos que llevamos escondidos,
afloran espontáneamente. Y si estamos alertas y vigilantes como el vigía en época
de guerra, entonces los vemos.
Defecto descubierto, debe ser enjuiciado, a través del
análisis, de la reflexión, de la meditación íntima del Ser, con el objetivo de
comprenderlo. Cuando uno comprende a tal o cual yo-defecto, entonces está
debidamente preparado para desintegrarlo atómicamente.
¿Es posible desintegrarlo? Sí, es posible, pero
necesitamos de un poder que sea superior a la mente, porque la mente por sí
misma no puede alterar fundamentalmente ningún defecto psicológico. Puede
rotularlo con distintos nombres, puede pasarlo de un nivel a otro del
entendimiento, pude ocultarlo de sí misma o de los demás, puede justificarlo, o
condenarlo, etc., pero jamás alterarlo radicalmente.
Necesitamos de un poder que sea superior a la mente, un
poder que pueda desintegrar cualquier yo-defecto, ese poder está latente en el
fondo de nuestra psiquis, solo es cuestión de conocerlo, para aprenderlo a
usar. Tal poder, en el Oriente, en la India, se le denomina Devi Kundalini, la
serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes. En la gran Tenochtitlán, se le
denominaba Tonantzin, entre los alquimistas medioevales recibe el nombre de
Stella Maris, la Virgen del Mar. Entre los hebreos, tal poder recibía el nombre
de Adónia, entre los cretenses, se le conocía con el nombre de Cibeles. Entre
los egipcios, era Isis, Madre Divina, a quien ningún mortal ha levantado el
velo. Entre los cristianos, es María, Maya, es decir, Dios Madre. Hemos pensado
nosotros muchas veces en Dios como Padre, bien vale la pena pensar en Dios como
Madre, como Amor, como Misericordia. Dios Madre habita en el fondo de nuestra
psiquis, es decir, está en el Ser. Podría decirles que Dios Madre es una parte
de nuestro propio Ser, pero derivado.
Distíngase entre el Ser y el yo. El Ser y el yo son
incompatibles, son como agua y aceite, que no pueden mezclarse. El Ser es el
Ser, y la razón de Ser del Ser es el mismo Ser. El Ser es lo que es, lo que
siempre ha sido y lo que siempre será. Es la vida que palpita en cada átomo,
como palpita en cada Sol.
Así, Dios Madre es una variante de nuestro propio Ser, es
nuestro propio Ser, pero derivado. Eso significa que cada cual tiene su Madre
Divina particular, individual. Kundalini, le dicen los indostanes, y estoy de
acuerdo con este término. Considero que nosotros podemos invocar a la Divina
Madre Kundalini, en meditación profunda, y suplicarle entonces que desintegre
aquel Yo-defecto que hemos comprendido perfectamente, a través de la
meditación.
La Divina Madre Kundalini procederá, y lo desintegrará,
lo reducirá a polvareda cósmica. Al desintegrarse un defecto, se libera esencia
anímica. Dentro de cada Yo-defecto, hay cierto porcentaje de esencia anímica
embotellada. Pero si se desintegra un defecto, se libera esencia anímica, y se
desintegra dos defectos, pues se libera más esencia anímica, y si se desintegra
todos los defectos psicológicos que cargamos en nuestro interior, entonces
liberamos totalmente la Conciencia.
Una Conciencia liberada es una Conciencia que despierta,
es una Conciencia despierta. Es una Conciencia que podrá ver, oír, tocar y
palpar los grandes misterios de la vida y de la muerte. Es una Conciencia que
podrá experimentar por sí misma, en forma directa, Eso que es lo Real, Eso que
es la Verdad, Eso que está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente.
Cuando a Jesús, El Gran Kabir, Pilatos le preguntara ¿qué
es la verdad?», guardó silencio. Y cuando al Buddha Gautama Sakyamuni, el
príncipe Siddharta, le hicieron la misma pregunta, dio la espalda y se retiró.
La Verdad es lo desconocido de momento en momento, de instante en instante.
Solo con la muerte del Ego adviene a nosotros eso que es la Verdad. La Verdad
hay que experimentarla, como cuando uno mete el dedo en el alumbre y se quema.
Una teoría, por muy bella que sea, con respecto a la
Verdad, no es la Verdad; una opinión, por muy venerable o respetable que sea,
con relación a la Verdad, tampoco es la Verdad. Cualquier idea que tengamos con
respecto a la Verdad, no es la Verdad, aunque la idea sea muy luminosa.
Cualquier tesis que nosotros podamos plantear con relación a la Verdad, tampoco
es la Verdad. La Verdad hay que experimentarla, repito, como cuando uno mete el
dedo en el alumbre y se quema. Está más allá del cuerpo, de los afectos y de la
mente, y la Verdad solo puede ser experimentada en ausencia del Yo Psicológico.
Sin haber disuelto el Yo, no es posible la experiencia de lo Real.
El intelecto, por muy brillante que sea, por muy hermosas
teorías que posea, no es la Verdad. Como dijera Goethe, en el Fausto: «Toda
teoría es gris, solo es verde el árbol de dorados frutos que es la vida».
Así que nosotros necesitamos desintegrar el Ego de la
psicología, para liberar la Conciencia, solo así podremos llegar a experimentar
la Verdad. Jesús el Cristo dijo: «Conoced la Verdad y ella os hará libres».
Nosotros necesitamos experimentarla directamente.
Cuando alguien consigue de verdad destruir el Ego, se
libera de la Ley de Recurrencia, hace de su vida una obra maestra, se convierte
en un genio, en un Iluminado, en el sentido más completo de la palabra. Cuando
alguien libera su Conciencia, obviamente conoce la Verdad. Hay que liberar la
Conciencia, y no es posible liberarla si no se disuelve el Yo de la psicología.
Quienes alaban al Yo son ególatras por naturaleza, por
instinto. Al Yo lo alaban los mitómanos, porque son mitómanos, al Yo lo alaban
los paranoicos, porque son paranoicos, los ególatras, porque son ególatras.
La vida sobre la faz de la Tierra sería distinta, si
nosotros disolviéramos el Ego, el Yo. Entonces la Conciencia de cada uno de
nosotros, despierta, iluminada, irradiaría Amor, y habría Paz sobre la faz de
la Tierra. La Paz no es cuestión de propagandas, ni de apaciguamientos, ni de
ejércitos, ni de OEA, ni de ONU, ni de nada por el estilo. La Paz es una
substancia que emana del Ser, que viene de entre las entrañas mismas del
Absoluto. No puede haber Paz sobre la faz del mundo, no puede haber verdadera tranquilidad
en todos los rincones de la tierra, en tanto los factores que producen guerras
existan en el interior de nosotros.
Es claro que mientras dentro de cada uno de nosotros haya
discordia, en el mundo habrá discordia. La masa no es más que una extensión del
individuo; lo que es el individuo es la masa, y lo que es la masa es el
gobierno, es el mundo. Si el individuo se transforma, si el individuo elimina
de sí mismo los elementos del odio, de la violencia, del egoísmo, de la
discordia, etc., si consigue destruir el Ego para que la Conciencia se libere,
solo habrá en él eso que se llama Amor. Si cada individuo de los que pueblan la
faz de la Tierra disolviera el Ego, las masas serían masas de Amor. No habría
guerras, no habría odio. Pero no podrá en verdad haber Paz en el mundo mientras
exista el Ego.
Algunos afirman que desde el año 2001 o 2007 en adelante,
vendrá una era de fraternidad, del amor, de la paz. Pero yo, pensando aquí en
voz alta, me pregunto a mí mismo, y hasta le pregunto a ustedes: ¿de donde
vamos a sacar esta era de fraternidad, de amor, de paz entre los hombres de
buena voluntad? ¿Creen ustedes que el Ego de la psicología, con sus odios, con
sus rencores, con sus envidias, con sus ambiciones, con su lujuria, etc., puede
crear una edad de amor, de felicidad, etc., etc.? ¡Pues obviamente que no! Para
que reine en verdad la Paz en el mundo, tenemos que morir en sí mismos, tiene
que destruirse en nosotros lo que tenemos de inhumano, el odio que cargamos,
las envidias, los celos espantosos, esa ira que nos hace tan abominables, esa
fornicación que nos hace tan bestiales, etc. En tanto continúen existiendo
tales factores dentro de nuestra psiquis, el mundo no podrá ser diferente.
Antes bien se volverá peor, porque a través del tiempo el
Ego seguirá volviendo cada vez más poderoso, más fuerte, y conforme el Ego se
manifieste con más violencia, el mundo seguirá se haciendo más tenebroso. Al
paso que vamos, si no trabajamos sobre sí mismos, llegará el día en que ni
siquiera podremos existir, porque unos a otros nos destruiremos violentamente.
Si continuara robusteciendo el Ego indefinidamente así como va, llegaría el
momento en que nadie podría tener seguridad en su vida, ni de su hogar. Un
mundo donde la violencia ha llegado al máximo y nadie tiene seguridad de su
propia existencia.
Así, creo firmemente que la solución de todos los
problemas del mundo está precisamente en la disolución del Yo.
Samael Aun Weor
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